Del oficio de la Historia o del porqué debemos reivindicar las Humanidades

No suelen gustarme las polémicas, pues es común que solo sirvan al espectáculo de los egos, a la pelea verbal del y tú más, a esa extraña querencia humana de imponer opiniones y no saber debatir con la mente abierta. Sin embargo, a veces hace falta defender aquello que forma parte de tu día a día, sin justificaciones, simplemente contando tal y como entiendes lo que haces.

Por eso creo conveniente reivindicar el oficio de los historiadores. Desde hace tiempo observo cómo distintas facciones políticas elevan discursos donde los hechos históricos se mezclan con solución de continuidad en ideologías, a veces un tanto trasnochadas y por lo general otras tantas manipuladas. Pretender convencer a alguien de que la Historia es aséptica es, empero, inútil, pues es misión imposible que siendo hijos e hijas de la posmodernidad no tengamos un estilo personal y único nada influyente.

Considerando esto, sería también inútil mis pretensiones de contar que no cualquiera puede hablar de Historia, como de Filosofía, como de Matématicas, como de Física, como... Y es que mal que pese a ciertas personas, la Historia es una ciencia más, que trata temas humanos sí, pero nada ajenos a la realidad de quien sabe que en algún momento tendrá que calcular cuánto le retienen en impuestos de la nómina al mes, o de quien sabe que el estudio sobre las mutaciones en al ADN de una célula pueden ser la cura a una enfermedad incurable.

Por eso, de nuevo, es necesario reivindicarse como historiadores. A lo largo de mis años me he encontrado a muchísimas personas que saben muchísimo de Historia, pero considerar solo eso sería reduccionismo. La Historia no es memorizar fechas, no es preguntar a alguien que está estudiando la carrera lo que ocurrió en Vladivostok el 28 de junio de 1478.

La Historia es organización, es comprender los procesos donde las personas responden a lo cotidiano según están insertas en un contexto temporal, social, político e ideológico. Es tratar de dar visibilidad a colectivos a los que nadie nunca dio voz, es tratar de romper mitos históricos, comprender que la Historia de libro, de bar, está bien para echarte un día unas risas, hablar, repensar, descubrir, admitir que como historiador/a no lo sabes todo.

La Historia no es para manipular, no es para quedarte con el titular del periódico, no es para dejar ideas en una estantería quietas o involucionando. Quien diga que no disfrutar de leer alguna curiosidad histórica, miente. Quien crea que nosotros solo serviremos en el futuro para ganar los quesitos amarillos del Trivial, es que no sabe en realidad el trabajo que supone comprender y trabajar la Historia.

Precisamente en eso radica su valor; que te enseña a valorar lo humano de otra manera, mucho más profundo, mucho más intenso, mucho más vivido. Te enseña a valorar los pequeños momentos que sumados dan lugar a cambios inmensos. Te enseña a ser profesor, a ser arqueólogo, a leer papeles de hace diez siglos, te abre el apetito de saber más, te enseña a ser humilde porque el tiempo que pasamos aquí apenas representa un pequeño punto blanco en un mar de estrellas.

Te enseña a amar la verdad, a buscarla, a ser inquieto, inconformista; te enseña a darte de bruces con las limitaciones de la realidad, te cura las perspectivas rimbombantes y los deseos de ser un sabihondo insufrible.

Dice Cicerón en su De Oratore que "¿Pues quién ignora que la primera ley de la historia es que el escritor no diga nada falso, que no oculte nada verdadero, que no haya sospecha de pasión y de aborrecimiento?"

Cicerón aplicaba esta definición como moralizante, entendiendo que el oficio de orador comprendía el saber historia y escribirla de tal manera que lo que se dijese, siempre fuese verdad. En último término, ser historiador hoy también consiste en eso, buscar la verdad y traerla día a día a lo cotidiano.

A veces solo hace falta leer un poco a los clásicos...

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