Historias de un corazón ardiendo.

Hacía tiempo que no tenía la necesidad tan imperiosa de expresar lo que late y vibra en mí ahora, tan profundo, tan adentro.

Esta historia que voy a contar es una que ya está mil veces repetida: la de la piedra, el tropiezo, la caída, la herida, la sangre, la gasa, el alcohol ardiendo dentro, el parche, las lágrimas y la cicatriz. Es, para mi desgracia, una historia tan fugaz como las lágrimas en la Noche de San Lorenzo, algo que pasa rápido, dejando una estela de memorias, de sonrisas y de lágrimas.

No se qué ha pasado; aun trato de entender por qué todo empezó tan de repente, y por qué todo se fue al garete en el momento que las certidumbres y las fuerzas parecían cogerse, por una santa vez, de la mano. Es algo que te come por dentro, te destruye de mil maneras, y aún así te obliga siempre a poner la mejor de tus caras, cuando en realidad lo que te gustaría hacer es gritar hasta quedarte con la garganta rota, con la voz rasgada, con la cara roja, pero también a recomponerte de forma más madura para enfrentarte de nuevo a la vida.

Y cada vez que te pasa por el corazón, otra vez, en el fondo está tan asumido que sabes que el tiempo pasará la página por ti, que el agua de las lágrimas purificará las heridas del corazón y el fuego de la rabia quemará dejando solo cenizas de miles de recuerdos guardados en legajos, que ayudarán a sembrar otra simiente en forma de nuevos votos, nuevas promesas, nuevos recuerdos, nuevos sentidos, nuevas canciones, nuevas palabras.

Creo que lo llaman querer con toda el alma, y que todos pasamos, al menos una vez en la vida por esto. Puede ser que solo sea un desvarío mío fruto del dolor que se siente, que yo haya sobredimensionado esto sin remedio ni motivo. Sí, soy consciente que puede ser todo esto y que lo es, y que yo me merezco seguir viviendo experiencias, que me merezco seguir creciendo, seguir madurando, y que estos golpes son precisamente Dña. Madurez tocando al timbre con insistencia.

Pero permítanme decirles que en el fondo de mi ser, lo racional y lo emocional ahora mismo se están abrazando y consolando, ofreciéndose la mano para levantarse, para seguir curando la herida sangrante que me ha dejado tirada en la lona, y que a pesar de todo seguiré dando mi corazón y mis ideas a las causas que en algún momento me hagan creer que puedo hacer mínimamente feliz a alguien, sin arrepentirme jamás de haberlo dado todo por la mejor de las causas: amar con el corazón abierto.

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