Cae la lluvia sobre Gijón.

Una lluvia fina vuelve a caer sobre mí. Ya es tarde, aunque siendo casi verano, los días se hacen tan largos que parece que la noche nunca va a llegar. Mis pasos se vuelven tranquilos, posando mis pies casi en un susurro, con la mirada clavada hacia las nubes caprichosas que hoy quieren descargar un poco de su frescor. Cierro los ojos porque las pequeñas gotas me molestan, pero dejo que el agua caiga y me empape, que cale hasta el alma. 

Hay muchas cosas que deberían de entrar y mojarme como este agua, pienso hacia lo más profundo de mi ser. Personas, situaciones, nombres, palabras... Todo un barullo de hechos y momentos que noto se cuelan por una rendija del corazón. En cada uno me viene un motivo para entenderme, para saber lo qué es mi vida. 

Cada sonrisa que iluminó todos los senderos de felicidad y que fui capaz de arrancar incluso en momentos que la alegría parecía no existir. Cada lágrima derramada por mi culpa, cada una de las lágrimas que cayeron por mis mejillas, buenas y malas, cuando el orgullo, la pena o el echar de menos te cogen de la mano y te azotan en un mar de emociones. Cada paso que doy y la huella que deja, a veces tan superficial que apenas se nota, y me da una tristeza inmensa el pensar que algunas veces incluso me da por surfear de más cuando lo que siempre me llena es el dejarme arrastrar por la corriente hacia abajo y bucear. Cada paseo junto a quienes quieres, sus fuertes abrazos, sus risas que se repiten en tus tímpanos, sus dedos quitándote las lágrimas caprichosas, las ganas de bailar cuando les ves felices, el sofá, helado, manta, carreras a pie, en bus, en coche, cuando las cosas no son tan fáciles. Cada palabra de confianza depositada cuidadosamente, cada abrazo de orgullo porque las cosas van bien, las nuevas caras con las que compartes tantas horas de estudio más convivencia poco serena pero bien amena. Cada nuevo inicio y el miedo a empezar, el tiempo que al final no fue perdido porque las decisiones se abren hueco y piden paso como sea. Cada vez que me caí y me raspé las rodillas, lloré y quise abandonar, pero siempre había algo, alguien, de alguna manera, aquí, siempre junto a mí, para curar las heridas, poner unas tiritas y darme una palmada para levantarme. 

Poco a poco la lluvia va dando tregua y voy volviendo al presente. Sin embargo, el momento no está para cerrarse entre paredes y dejando que mis ojos también regresen al ahora, miro al horizonte y veo cómo un nuevo día muere ante mi. Quizás es que ahora las cosas van bien, pero me siento optimista. Soy capaz de observar cuán duras son a veces las circunstancias, cómo me afectan las cosas cada día de distinta manera, comprendo que mi sensibilidad a veces se pasa de revoluciones, pero gracias a ello también descubro lo que me hace ser cómo soy, lo que me hace nacer y morir cada día, lo que me sorprende y remueve mis entrañas, lo que apela a mi acción y lo que me hace llorar de rabia. Proyectos que se cumplen, cimientos que hay que empezar a dar por sentados, cicatrices que ahora deben dejar de sangrar, voluntad de cambio y perspectiva, creer que se puede, tener fe en las personas, en el mundo, o porqué no, simplemente tener fe. Ayudar, tocar las heridas de otros, hacerse visible para los que la injusticia considera excluidos, salir sin coraza a las periferias, volver a caer junto al resto, levantarse como una piña, hacerse fuertes en la perseverancia, hacerse débiles ante la vida del otro. 

Regresar a casa empapada, de tanto pensar, de tanto llover, de tanto dejar ser... 

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