Descubrir lo bello de lo pequeño y lo grande de la existencia.
Y poco a poco la vida me lo hizo entender.
Me hizo entender que las cosas pequeñas importan. Mucho más, y aún muchísimo más que lo demás. No se en qué punto el quedar bien, el pecar de ser presuntuosa, el machacar y dejar pasar las cosas con indiferencia letal supusieron algo realmente de peso en mí forma de observar el mundo que me rodea.
No sabría explicar realmente porqué no entendí que el sacarle una sonrisa a alguien iluminaba mi día aunque en el mundo real estuviese cayendo un aguacero. Tampoco podré entender porqué no me dejaba alumbrar por la experiencia de los mayores, por la creatividad de los pequeños, por la alegría de los que se dejan en las manos de los otros con confianza, por el calor de personas que comparten las fatigas y el cansancio. No se, siempre es difícil comprender hasta qué punto estás ciega.
De repente alguien se acerca a tu espalda, te toca el hombro advirtiéndote de algo: abre los ojos, quítate la venda, hay algo maravilloso detrás de todos tus miedos y desconfianzas. La vida no son los exámenes, tampoco el ir de un lado a otro deprisa y corriendo para hacer cosas sin cordura ni sentido. La vida no es correr y correr, tampoco es preparar el futuro punto por punto para evitar sorpresas, no es tomar cafés de diez minutos que te queman la lengua, no es soltar palabras a un rimo vertiginoso para ahorrar tiempo y meter a calzador el tema. No es nada que se pueda medir con escuadra y cartabón, ni con reloj, ni con ciencia. No es nada cuadriculado ni meticuloso.
Todo lo que al final te hace feliz se encuentra en el desorden y en el caos, en la sorpresa, en los imprevistos. Es la impuntualidad asegurada para los que somos unos mete prisas. O también son esas pequeñas cosas que no se pueden controlar, que aparecen fugaces en esos cielos eternos y estrellados que puedes ver cuando te sales de la ciudad. Es el logro después de las noches en vela, el discurso coherente después de vivir miles de momentos llenos de sentido. Es encontrarte reflejado en la historia personal de otra vida. Son esos momentos de paseo al borde de la orilla, el aire del mar acariciando frío y salado tu piel. Son las cimas escaladas tras el esfuerzo y el paisaje que surge tras ello y que contemplas con estupor. Son los hogares, los lugares con los que sientes una conexión inexplicable. Son los abrazos dados en el momento justo, en el momento preciso, son las sonrisas y lágrimas de una obra en la que eres el actor principal. Son esas cosas intangibles a las células de la piel, pero capaces de tocar el corazón hasta la última fibra del miocardio. Son frascos de perfume eterno y fresco, son el totum revolutum del alma.
Supongo que sabiendo este secreto a voces, este descubrimiento que muchas personas ya conocen, algún día entenderé porqué me preocupo tanto por todo, porqué mi cabeza se empeña en encontrar mil problemas que a veces me aterran tantísimo. Pero llegados a este punto, al conocer mis debilidades, he de agradecer también cuanto de luz hay en mi vida. Y agradecer también aquellas cosas que me hacen crecer, confiar cada día más en mí y en los demás.
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