Tan lejos, tan cerca.

Hace apenas un año comencé a observar con detenimiento lo que había a mi alrededor. Creo que empecé a irme con las nubes, las miraba y mi cabeza se iba a volar con ellas. Hace apenas un año, comencé a dejar que mi piel sintiese los rayos del sol como una caricia, como un abrazo de alguien querido. Muchos de los días que salió el sol, le acompañaba el viento, celoso de la calidez del sol, y me soplaba a la oreja molesto, haciendo que los vellos se erizasen, rechazando su compañía, aunque mi mente agradecía ese soplo fresco que me enviaba de nuevo al presente. 

A veces el viento traía recuerdos en forma de aroma. Aroma a hierba recién cortada, aroma a ciertas comidas que mi estómago adora, aroma a sal, a la playa tan cercana, aroma al agua que en mi tierra abunda, aroma a frutas de temporada que en mi casa tanto se traían, aroma a añejo, a ese libro que cae en mis manos de nuevo, aroma a fragancias que se guardan desde que tu mente empieza a recolectar recuerdos... Aroma a buenos tiempos, donde todos reíamos juntos, donde todos conversábamos sin temor al futuro, donde todos disfrutábamos incluso de los silencios. Tantos y tantos aromas que me embriagan, no solo el sentido, sino la emoción. Me llenan el corazón de fatiga, de recuerdos imborrables, de una soledad que se torna en compañía al pensar en el calor de esos momentos, y también lo llenan de melancolía que arrasa con todo a su paso, añadiendo dolor a la vida, a esa vida que desde el primer momento te hace llorar. 

Engañaría a todos si dijese que cuando lo pienso, acabo con una sonrisa, o con el consuelo de pensar que ahora hay un lugar mejor dónde estar. Pero también sería un engaño decir que cuando me descubro pensando en ello, no se me escapa una sonrisa pura y llena, reviviendo con mis ojos cada escena, como quién pone una película y se recrea en aquello que le conecta al personaje... 

Los ojos... esos ojos que tanto miran últimamente, que se recrean en el pequeño pájaro que aprende a volar, la flor que se abre, en los colores que cambian según la estación, pintando el mundo a su antojo, en la naturaleza que se abre paso a pocos pies de distancia. Esos ojos que observan que todo está lleno de vida a su alrededor, pero también un poco de muerte. Los ojos que observan como estos dos conceptos tan distintos pero a la vez inconcebibles uno sin el otro, se muestran tal y como son en el mundo, con gracias y desgracias continuas... 

Pero una chispa salta cuando ahora poso mis ojos en la noche y veo a las estrellas. Tantas y tan variadas estrellas que me miran a mi y me alumbran. Y varias brillan con más fuerza para cada uno de nosotros, aunque de momento solo una brilla para mi más que las demás. Esa que me acompaña y da fuerzas en los momentos más difíciles de soportar. Siento que gracias a esa estrella, nunca estoy sola y se que tu también no te encuentras solo, porque te acompaña la luna, meciendo tu merecido descanso y sueño, porque ahí estás cuidando de todos nosotros, porque sabes que te necesitamos y que siempre te necesitaremos. Y mirar hacia esa estrella es el mayor consuelo que puedo encontrar para justificar tu ausencia. Por desgracia he perdido muchas cosas durante mi corta vida. Algunas posiblemente nunca las tuve, y a veces me torturan, pero tu con tu cálido brillo soportas mis desvelos y mis miedos. 

Sabes que mis ojos se posan siempre en una foto en la que estoy en tus brazos. Yo feliz de estar junto a vosotros, y tu mirando como me reía. Gracias por todo lo que haces, aún estando tan lejos de aquí. Hoy solo me apetecía contarte que la vida se puso un poco gris cuando tu te fuiste, que aquí dejaste a muchas personas que disfrutaban con tu grandeza y que nos dejaste un poco huérfanos de cariño, que no hay día que no te echemos de menos y que me acuerdo de muchos momentos que viví contigo, con vosotros. Te quiero mucho I.


"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente."
 F. Mauriac




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